HOMILÍA ASAMBLEA ELECTIVA AMÉRICA CENTRAL Y EL CARIBE

1 de agosto de 2023

HOMILÍA ASAMBLEA ELECTIVA

AMÉRICA CENTRAL Y EL CARIBE

Casa Arquidiocesana Madre de la Altagracia

Santo Domingo, Rep{ublica Dominicana



Apreciados hermanos.


En el marco de la Solemnidad de San Alfonso María de Ligorio y en nombre del Superior General y su Consejo, me dirijo a ustedes al inicio del Capítulo Electivo, pido la acción del Espíritu Santo, compañero de camino que conduce la vida de cada uno, el de la Congregación y el de toda la Iglesia.


La gran familia humana, el pueblo de Dios que se nos ha confiado y todos los que formamos parte de esta Nueva Unidad, estamos experimentando el impacto que producen las actuales transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas. Sentimientos de malestar, desconcierto, incertidumbre, frustración y tristeza acompañan la vida de no pocas personas, familias y comunidades en nuestros lugares de misión. La complejidad y dificultad de los problemas presentes en los diversos países donde estamos, son grandes. Vivimos tiempos de crisis. Toda crisis nos pone a prueba, a veces perdemos la paz, otras veces nos invade la angustia, nos dejamos robar la alegría, nos encerramos en el individualismo, nos paralizamos por el miedo y hasta perdemos la creatividad para enfrentar cada uno de los desafíos que nos impone la vida cotidiana.  


Hoy quiero decirles que, Dios es la gran esperanza, y que la esperanza del ser humano está dentro de nosotros, no viene de fuera. La verdadera esperanza se vive en comunidad, no en el individualismo; la auténtica esperanza es para nosotros aquí y ahora, no es para un futuro que nunca llega. La gran esperanza nos mantiene en camino día a día, “esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar” (Benedicto XVI, Spe Salvi 31).


Una de las enseñanzas del Papa Benedicto XVI sobre la esperanza, como virtud, se aprende esencialmente en la oración, y nos dice que la oración es un proceso de purificación vivido en lo cotidiano, sin salirnos de la historia, en los caminos de nuestra existencia compartida con los demás. De esta manera comprendemos que la oración es la primera escuela de la esperanza: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios, el que reza nunca está totalmente solo. (Benedicto XVI, Spe Salvi 32).


La Nueva Unidad, conformada por diversos países y aquí presente en cada uno de sus representantes, en ambiente de esperanzada oración y en el cumplimiento de su misión evangelizadora, ha hecho un valioso esfuerzo de escucha y de discernimiento, buscando reconocer, en los clamores del Pueblo de Dios, los llamados que el Espíritu Santo nos hace. De ello da cuenta el Plan Apostólico que ustedes han diseñado y que fue aprobado para su ejecución. 


Conscientes de que, en este momento de nuestra vida como Iglesia y Congregación, hemos tomado importantes decisiones que nos motivan a vivir la sinodalidad en este proceso de reestructuración y de reconfiguración, cultivado por el dinamismo de nuestra espiritualidad, debe llevarnos a ser Misioneros de Esperanza, siguiendo las huellas del Redentor. Realidad que debemos vivirla, contribuyendo, como redentoristas, a la humanización y dignificación de la persona, con la fuerza del Espíritu para salir al encuentro de los más necesitados, razón de nuestro carisma y opción misionera. 


Mi invitación a ustedes, como miembros de la gran familia redentorista, es a recorrer juntos el Camino Misionero que nos identifica. Este camino nos permitirá avanzar en la transformación de la Congregación, en fidelidad Creativa; nos ayudará a vivir como Pueblo de Dios la comunión, la participación y la misión, a asumir un estilo de vida con sabor a Evangelio y a ser sal de esta tierra y luz de los lugares en los que habitamos dando vida a nuestro lema: “Misioneros de la Esperanza, tras las huellas del Redentor.”


Reconociendo el protagonismo del Espíritu Santo y su acción en el hoy de nuestra historia y de la Congregación, hemos iniciado este año 2023 con el proceso de la siembra de las semillas de esperanza para ir fertilizando el terreno anualmente; este año desde la Vida Comunitaria, buscando reconocer en nuestras comunidades espacios de hermandad y fraternidad. En el año 2024, desde la Formación Inicial y Continua, profundizaremos en todos los procesos de formación para la obra de Redención con nuestros formandos, y con toda la Congregación. En el año 2025, estaremos participando, en sintonía congregacional, de los abundantes frutos del trabajo misionero, razón de nuestra vida consagrada y apostólica en la Iglesia. 


La esperanza que es Jesucristo resucitado, en y entre nosotros, no defrauda, nos recuerda San Pablo (Rm 5, 5); le pedimos al Señor, que nos envíe la efusión de su Espíritu, para que todos en la Congregación y en esta Nueva Unidad tengamos vida en abundancia y como San Alfonso podamos dar respuesta a los desafíos que nos presenta la realidad que estamos viviendo.


Quiero, también, recordar algunos aspectos importantes de la vida de nuestro santo y fundador, los que posiblemente nos ayuden a vivir con mayor esperanza este momento histórico.


Alfonso, supo descubrir lo que Dios le indicaba, en su alma sedienta de Dios y deseosa de perfección el Señor lo llevó a comprender que lo llamaba a una vocación particular, abandonó su profesión de abogado y decidió hacerse sacerdote, a pesar de la oposición de su padre. 


Inició una labor de evangelización y catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que le gustaba predicar y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir. 


Después de pensar en ir a evangelizar a los pueblos paganos, a la edad de 35 años, entró en contacto con los campesinos y los pastores del reino de Nápoles y, sorprendido por su ignorancia religiosa y por el estado de abandono en que se hallaban, decidió dejar la capital y dedicarse a ellos.  


En 1732 fundó la Congregación del Santísimo Redentor. Congregación de auténticos misioneros itinerantes, que llegaban incluso a las aldeas más lejanas, exhortando a la conversión y a la perseverancia en la vida cristiana sobre todo por medio de la oración. Todavía hoy, los redentoristas, esparcidos por el mundo, con nuevas formas de apostolado, continuamos esta misión. 


Fue nombrado obispo de Santa Agueda de los Godos, ministerio que, por consentimiento del Papa Pío VI, abandonó en 1775 a causa de las enfermedades que padecía. El mismo Pontífice, en 1787, al recibir la noticia de su muerte, que se produjo en medio de muchos sufrimientos, exclamó: «¡Era un santo!». 


Junto a las obras de Teología Moral, Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo. El estilo es sencillo y agradable. Las obras de Alfonso, leídas y traducidas a numerosas lenguas, han contribuido a plasmar la espiritualidad popular de los últimos dos siglos. Insiste mucho en la necesidad de la oración y en el amor a la Eucaristía, lo que nos permite abrirnos a la Gracia divina para cumplir diariamente la voluntad de Dios y conseguir la propia santificación. 


La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación, pues en estos acontecimientos se ofrece la gracia de la Redención a todos los hombres. Y precisamente, porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. 


Alfonso es ejemplo de pastor celoso, que conquistó las almas predicando el Evangelio y administrando los sacramentos, combinado con un modo de actuar basado en una bondad humilde, nacida de la intensa relación con Dios. Tuvo una visión optimista de los recursos de bien que el Señor da a cada persona y concedió importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.

Estos elementos nos invitan a mantener viva la esperanza, porque en nuestro santo fundador tenemos un modelo y un ejemplo que hace actual esta realidad.


Concluyo con una reflexión sobre la segunda lectura de 2 Timoteo 2, 1 – 7, propuesta en la liturgia de hoy. La carta de San Pablo a Timoteo se constituye en luz para vislumbrar cómo vivir este momento particular que vive la Nueva Unidad y para quienes formamos parte de la Congregación desde hace varios años. En este escenario, Pablo nos dice:


“Saca fuerzas de la gracia de Cristo Jesús” (2,1).  Lo característico y deseable de este momento es la integración de la vida con los nuevos desafíos que se nos presentan y este versículo nos indica que, no obstante, las sombras, incoherencias, pérdidas, desánimos, reconocemos nuestros logros, realizaciones y experiencias que en adelante se van a llamar Sabiduría porque están fundamentadas en el Evangelio de Cristo Jesús. No tengamos miedo a la novedad que trae el cambio y asumamos con Esperanza el nacer de la Unidad de América Central y el Caribe.


“Lo que me oíste decir, confíalo a …” (2.2) Nosotros tenemos que decirles con la autoridad cimentada sobre la sabiduría y el legado de nuestras huellas a los demás –desde los jóvenes aspirantes y los seminaristas hasta los sacerdotes y hermanos que están en la plenitud de su fuerza y dinamismo-, que estamos convencidos de que nuestra cotidianidad como redentoristas ha trascendido a personas, grupos e instituciones. Se trata de una trascendencia que sobrepasa las categorías humanas, pues “tiene la huella de lo especial, de lo santo, significa, elevarse por encima, o ir más allá de un límite, ir más allá del universo y del tiempo”. Tenemos que decirles a los más jóvenes, que, aunque en nuestro caminar hemos tenido desesperanzas y frustraciones, aceptamos nuestra historia no con amarguras y resentimientos sino con alegría, con esperanza. Este legado también es fruto de la Sabiduría. Y esta es una misión fundamentalmente para el servicio, al estilo de Jesús, superando los intereses personales y, a veces, egoístas.


“Toma parte en los trabajos” (2.3) Los redentoristas, al estilo de San Alfonso, desafiamos el “statu quo” y no nos pensionamos como lo hacen los demás en la sociedad, sino que continuamos el apostolado de diversas maneras. El celo apostólico, la generatividad y creatividad apostólica continúa y se afina encontrando nuevas formas para nuestra situación individual, comunitaria y social. Ahora, se reviste de un sentido restaurativo, de reciprocidad y gratitud que se concreta en devolver a los demás lo que les ha dado la vida. Motivo por el cual, estamos llamados a ampliar horizontes y a seguir dejando la huella de Redención en nuestros lugares de misión.


“Reflexiona sobre esto que te digo” (2,4). Bloch, en su libro: “El Principio Esperanza”, asocia la sabiduría con la contemplación de la vida por parte de la persona y el provecho que le saca al deterioro de sus realidades: Hacerse adulto puede significar como situación una imagen deseable, la mirada que todo lo abarca, y dado el caso, la cosecha. En este sentido decía Voltaire que para el necio la vejez es como el invierno, mientras que para el sabio es la vendimia y el lagar. El ideal del Redentorista es el de la madurez conformada en una vida de servicio; una madurez a la que le es más fácil el dar que el recibir. En tal sentido, el llamado que se nos hace es a perseverar, confiados en que lo que hemos realizado y por lo que hemos optado es un don del Espíritu.


Estoy seguro, de que la vida de cada uno de ustedes y la de los que nos han precedido en la Congregación es el principal referente de promoción vocacional. Oremos para que "el Dueño de la mies envíe obreros a su mies", y así seguir adelante con fidelidad Creativa en esta nueva experiencia como Unidad.


Que María, Madre del Perpetuo Socorro, a quienes Ustedes eligieron como especial Compañera para la nueva Unidad, sea la más profunda causa de alegría y de esperanza y los acoja bajo su maternal protección.


Amén.