VIDA APOSTÓLICA DE LOS REDENTORISTAS

ene.. 31, 2022

VIDA APOSTÓLICA DE LOS REDENTORISTAS

"La Vida Apostólica de los Redentoristas" es el subtítulo de las Constituciones de la Congregación del Santísimo Redentor. La Constitución 1 explica que la vida apostólica de los Redentoristas "comprende a la vez la vida especialmente consagrada a Dios y la actividad misionera de los Redentoristas". La expresión "Vida Apostólica" se presenta como un concepto central para el significado de la vida redentorista. Se mantiene siempre a lo largo de las Constituciones y Estatutos y se ve reforzada por el uso de su término correlativo "la comunidad apostólica" en el título de los capítulos.

En este artículo me propongo desarrollar brevemente el significado y la importancia de la Vida Apostólica para los Redentoristas y mostrar cómo expresa algo esencial en la inspiración de nuestro Fundador.

DIVERSOS SIGNIFICADOS DE "VIDA APOSTOLICA" A LO LARGO DE LA HISTORIA

La expresión "Vida Apostólica" ha sido entendida de diversas maneras a lo largo de la historia. Hasta el siglo XIII se usaba generalmente para describir ante todo la vida monástica. Aludía a la comunidad de Jerusalén del tiempo de los apóstoles como el modelo en el que se basaba la vida monástica. La comunidad de Jerusalén aparece descrita, o más bien idealizada, de esta manera:

"Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2, 42-45).

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos" (Hch 4, 32).

La vida monástica se llamaba "vida apostólica" en el sentido de que representaba el estilo de vida de la comunidad de Jerusalén en tiempo de los apóstoles, después de la ascensión del Señor. Igual que la comunidad de Jerusalén, las comunidades monásticas vivían muy unidas, ponían todas las cosas en común, se dedicaban a la vida de oración y de culto y, con espíritu de hospitalidad, aceptaban a todos los que querían compartir con ellos la oración.

Al aparecer las órdenes mendicantes en el siglo XIII, la fórmula "vida apostólica" adquiere un significado nuevo. Aunque la vida de los "frailes" difiere radicalmente de la vida monástica, se le llama, sin embargo, vida apostólica. Su característica distintiva es que los frailes (fratres: hermanos) se sienten nacidos ante todo para ofrecer a la Iglesia un servicio organizado de predicación. Al mismo tiempo que llevan una vida de fraternidad comunitaria y de comunicación de bienes y se dedican a una vida de oración y contemplación, se ven, ante todo, como investidos de una misión formal para ir a predicar el evangelio a los demás. (Una de estas órdenes se llama precisamente "Orden de Predicadores"). Por este motivo encuentran su modelo no en la comunidad de Jerusalén de los tiempos apostólicos, sino en la comunidad de los apóstoles con Jesús durante su vida pública cuando participaban de su misión de proclamar la Buena Noticia, según dice san Marcos: "Escogió a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14).

Este modelo sugiere una relación inmediata con el Señor al participar en la obra de su misión. Entendida de esta manera, la vida apostólica describe la vida de los frailes en su totalidad, con énfasis en la predicación como un modo de ofrecer a los demás los frutos de la contemplación ("contemplata aliis tradere"). Los frailes se consideran ante todo nacidos para predicar el evangelio, pero partiendo de una base de vida de contemplación compartida, lo que incluía una reflexión profunda sobre la sociedad de su tiempo.

Más recientemente, aproximadamente durante los 300 últimos años, la "vida apostólica" adquirió un tercer significado, pero más restringido. Se ha usado la expresión para referirse simplemente a toda la actividad ministerial. En este sentido el "apostolado" de una congregación religiosa significaba sus obras externas. Y así un religioso "muy apostólico" era un religioso muy activo en el ministerio.

Esta manera de hablar refleja el desarrollo, durante esta época, de una mentalidad, actitud o manera de pensar, que veía la vida religiosa y la actividad apostólica como dos realidades separadas. El apostolado se consideraba como algo añadido a la vida religiosa, a veces como chocando con ella o, todavía peor, como una distracción de la vida religiosa. Esta mentalidad se refleja en nuestras "Reglas y Constituciones" de aquella época:

"El fin exclusivo del Instituto del Santísimo Redentor es unir sacerdotes, que vivan juntos y se esfuercen con todo ahínco en imitar las virtudes y ejemplos de Jesucristo, Redentor nuestro, con la obligación de consagrarse especialmente a predicar a los pobres la divina palabra" (edición de 1923; traducción: ed. de Madrid 1938).

Lo que aquí está implicado es que en Jesucristo hay muchas virtudes y ejemplos que imitar, pero los redentoristas deben poner un empeño especial en imitarlo predicando el evangelio a los pobres.

La Constitución 1 de aquella edición dice así:

"Todo Instituto se propone un doble fin: el primero es su propia santificación; el otro es la salvación de los pueblos y el bien de la Iglesia. El primero es general; el segundo especial y por éste se diferencian y se distinguen entre sí todas las Órdenes religiosas".

La Constitución 6 decía:

"La vida, pues, de los congregados no es ni puramente contemplativa, ni puramente activa, sino un compuesto de una y otra; para que no vivan sólo para sí ni sólo para el pueblo, sino que con el ejercicio de la oración y de todas las virtudes, procuren primeramente santificarse a sí mismos y después a los demás".

De estos textos se deduce claramente que la santificación de los miembros por una parte y la salvación de los hombres por otra son dos cosas distintas. La experiencia que he vivido en la Congregación durante los años en que estuvieron en vigor aquellas "Reglas y Constituciones" me convence de que se entendían de esta manera. Recuerdo, por ejemplo, que algunas visitas canónicas tenían que ver casi enteramente, si no enteramente, con la "observancia". Y se podrían aducir muchísimos ejemplos para hacer ver cómo las exigencias de la "observancia" impedían dar una respuesta adecuada a las necesidades de la gente.

Al hacer estas observaciones no quiero decir que en las antiguas Reglas y Constituciones hubiera algo que ni siquiera de lejos pudiera tener con el tiempo un efecto perjudicial para la vida de la Congregación. En primer lugar, la práctica siempre funcionó generalmente mejor que la teoría. En segundo lugar, ninguna fórmula expresa perfectamente la fuerza vital de un grupo de personas. En tercer lugar, sería muy equivocado exagerar el efecto de una regla escrita en la vida de una congregación. Después de todo nuestra misma Congregación sobrevivió, e incluso floreció, durante algunos períodos de su historia en los que la Regla o no estaba definitivamente escrita o se veía limitada de alguna manera en su aplicación por faltar la aprobación real. Cuando me refiero a los textos anteriores lo hago convencido de que, al compararlos con las Constituciones actuales, se hace más fácil ver lo que éstas quieren decirnos al encuadrar la vida redentorista en términos de Vida Apostólica y al reformular la enunciación del fin de la Congregación.

 John O'Donnell